Lastima que termino…

Pues eso, que se acabaron las vacaciones, y el lunes toca ir trabajar, como ya se ha encargado de recordarme todo el mundo (ya hablaremos, Fer… 😉 ).

Y a mi, en estos momentos, sólo se me ocurre esto:

En fin, que hay que alegrarse, que viene el feliz reencuentro con los compañeros, las narraciones de ‘que hiciste en verano’, los inevitables comentarios de ‘muy moreno no estas, no?’, etc, etc…

Pero eso si: es viernes! 😀

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3 comentarios en “Lastima que termino…

  1. Pingback: University Update - YouTube - Lastima que termino…

  2. Venga va… No te desanimes.
    Permitidme que os cuente esta anécdota que me pasó un día con una buena amiga y colega.
    Que la disfrutéis y que os sea más llevadera la reentré.
    Besos
    Sil
    **********
    Pues érase una bonita y horriblemente calurosa tarde del mes de julio del año 2002 -creo recordar-, y -procedentes una vez más de nuestras correrías en el mercadillo de majadahonda- acudíamos la Pilu y yo a una reunión en Telefónica, edificio de martínez villergas.

    Por supuesto, a nadie en su sano juicio se le ocurre adquirir 4 kilos de tomate para gazpacho en pleno mes de julio con otra intención distinta a meterlos en la nevera de inmediato.
    Y menos aún dejarlos en el coche en un parking a pleno sol y a unos 52º durante la hora y media que podía durar la reunión.

    Y ese fue precisamente el dilema y el origen de esta historia: en ese edificio NO había parking subterráneo. La cagaste burt lancaster: habíamos comprado más tomates de los que éramos capaces de gestionar.

    Como buenas profesionales que somos, comenzamos inmediatamente a barajar las posibilidades para salvar nuestros tomates a la par que cumplir con nuestros compromisos laborales y dejar intacto el honor de la compañía.

    Opción 1, dejar los jodidos tomates en el coche y volver para llevar el coche directamente al tinte porque el olor a verdura podrida no se le iría en la puta vida.
    Opción 2, dejar los malditos tomates debajo del coche, y a la vuelta tirarlos a la basura, era la opción más lógica y la que yo apoyé desde el primer momento como consultor que soy.
    Opción 3, llevar amorosamente a los putos tomates a la reunión con Telefónica y que fuera lo que Dios quisiera. Naturalmente, tratándose de la Pilu no cabía otra. A los tomates iba a renunciar ella, antes muerta. Cosas de account manager, pensé.

    El primer intento lo hicimos con el securata de la recepción, al cual le explicó Pilu con el gracejo comercial que le caracteriza que claro, llevábamos unos tomates y que si los dejábamos en el coche acabarían hechos un asco. Que si no le importaba guardárnoslos en el cuartito de los monitores de tv. El securata no se lo podía creer, con la boca abierta miraba receloso hacia la entrada en busca de la cámara oculta, porque a buen seguro era la primera vez en su vida que alguien le pedía que hiciera de niñera de unos tomates de gazpacho, y no sabía bien si hacernos el favor o llamar al psiquiátrico de urgencias directamente. Miraba las bolsas, casi sin atreverse a abrirlas por si encontraba la cabeza de alguien y miraba de reojo a su compañera, la cual -y hacía bien- no quería saber nada del asunto -este marrón es tuyo, campeón- y seguía con la cabeza enterrada en su ordenador y aguantándose la risa.

    Al final nos dijo que pasáramos, pero en compañía de los 4 kilos de tomates, que en la recepción no estaban autorizados a custodiar otra cosa que no fuera portátiles, móviles, carteras de documentos o elementos laborales de parecida índole. Que él no trabajaba ese artículo.

    Joer, yo tengo morro pero no tanto, y no me parece de recibo ir a una reunión a conocer a un mandamás de timofónica, por mucho que se trate de una señora, y decirle «hola qué tal, encantada, yo soy la del eprocurement y además traigo unos tomates, no te importa que los cuelgue en el perchero, verdad? es que si no se apochan, ¡ay mis niños!»

    Pero mi amiga no tiene tantos miramientos y al ascensor nos encaminábamos con nuestros cuadernos de reuniones y bolsas de tomates -y el portátil colgando del hombro, y arrastrando el bolso y con el bigote sudado como el de una foca- cuando nada más salir del ascensor dimos con la solución.

    Un hermoso cuarto de baño de señoras justo enfrente.

    Naturalmente, se nos encendió la bombilla: yassstá, los escondemos en el baño y cuando nos piremos los recogemos. Qué listas que somos, cagontó, ¡chas!.

    Depositamos los *putos* tomates en un cuartito de la limpieza, discretamente escondidos y nos fuimos a reunirnos con nuestra interlocutora, totalmente ignorante de nuestros manejos (espero que en el día del juicio final no salgan todos nuestros trapos sucios porque la peña va a flipar).

    La reunión se iba alargando y alargando, y estábamos empezando a preguntarnos por la suerte de nuestros tomates, dado que -no sin una cierta inquietud- veíamos pasar por la cristalera de la sala de reuniones a la señora de la limpieza una y otra vez, cargada con su carrito con la escoba, la fregona y el cubo de la mopa, elementos de limpieza que habíamos visto con toda seguridad en lo que suponíamos seguro refugio de nuestros vegetales.

    Cuando por fin salimos de la reunión, nos dirigimos al cuarto de baño arrastrando los bolsos y portátiles como alma que lleva el diablo, y a tal velocidad que nuestra cliente debió pensar que llevábamos dos días sin hacer pis, y llegamos justo a tiempo para rescatar a nuestros tomates de las voraces manos de la señora de la limpieza, la cual -al igual que el securata de recepción- no entendía nada de nada y menos aún qué coño hacían 4 kilos de tomates para gazpacho en su cuarto de trastos de limpiar.

    Dioss… durísssima la vida de la pofesional de la infosmática a la par que ama de casa.
    Ay, si los vegetales hablaran…

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